”los que no somos guapos por lo menos nos hemos vuelto misteriosos”.
Nadie se había fijado en los ojos de Lorena hasta que se puso un cubrebocas. La frase es exagerada: nadie se había fijado tanto en ellos.
La epidemia del virus porcino ha cambiado los hábitos de la capital. La transformación más evidente son los rectángulos de tela en la cara de la población. }, que aportan tonalidad celeste a una ciudad donde el cielo lo es el mero polvo. Los que no son guapos por lo menos se han vuelto misteriosos.
Enfrentamos la catástrofe unificados por una prenda. No es fácil decir nosotros. ¿qué representa la palabra?, ¿qué clase de identidad convoca? Una tribu adicta a al compañía atraviesa el infierno del aislamiento y la falta de aglomeraciones. ¿Quiénes somos? Los del rostro con una tela azul.
Aparte de eso, sabemos poco ¿por qué broto aquí un virus inédito?, ¿por qué el gobierno tardo en declarar la emergencia y lo hizo a la once de la noche, cuando muchos ya dormían?, ¿Por qué si la infuenza ha cobrado pocas vidas, hay tantas muertes?
Llama la atención que el mapa genómico del virus se halla tenido que hacer en Estados Unidos y Canadá. ¿Tan atrasados estamos en esa materia o no se confía en los resultados locales?
El secretario de salud ha comentado que ofrece la información como le llega de los hospitales. No podemos esperar que sea muy certero. Vivimos en un país donde un paciente contrae neumonía porque lo olvidaron en un cuarto helado y aguardó varias horas sin camisa para que le hiciera una placa de tórax.
Un conocido acaba de fallecer en la siguiente circunstancia. Llegó a un hospital privado con un cuadro de neumonía. Ahí se enteró de que su seguro no curía los gastos y fue trasladado a un hospital público, donde murió a las pocas horas. Tal vez se había salvado sin el ajetreo.
Las negligencias también pasan a las historias clínicas. En caso de duda, un mexicano muere por congestión múltiple, es decir, por un tamal de más o menos.
Los médicos han dicho que se dispone de medicamentos y que la epidemia se controlara si se rompe el proceso de transmisión del virus y se evitan aglomeraciones. Esto tranquiliza respecto a la influenza porcina.
Lo preocupante son la condiciones de salud del país. De cada 100 personas que presentan síntomas, 5 mueren. Los pacientes llegan tarde a los hospitales, muchas veces lo atienden mal y están debilitados por otras dolencias.
La influenza ha ofrecido una radiografía de la nación. Los partidos de fútbol se realizan a puerta cerrada como una metáfora de la calidad de nuestro balompié y el gobierno federal y el local no acaban de ponerse de acuerdo. La crisis ha llegado al mole. ¿Es una medida acertada cerrar los restaurantes? Si uno considera que al sentarse a una mesa se encuentra a centímetros de caras ajenas (que para comer debe despojarse del cubrebocas), el cierre no parece exagerado. En mi última visita a una taquería, el mesero llego con la charola de los postres. Mientras los ofrecía tocó a cada uno con un bolígrafo. ¿Había cedido antes a la muy humana costumbre de chupar la pluma? Con todo y cubrebocas un estornudo puede ser que el virus llegue a nuestra cita con una gringa.
El secretario de salud le hace autopsia a los expedientes con tal de tranquilizar a la población. Sin embargo ha generado incertidumbre. Imaginemos una trama de ciencia ficción en la que unos alienígenas envidiosos de nuestra agua aterrizan armados de un virus letal. Hay 159 muertes. El planeta cae en zozobra y la OMS anuncia: “Solo siete de los muertos recibieron el virus”. ¿Es esto tranquilizador? Por supuesto que no. ¿Y los demás fallecidos? Hay 152 incógnitas. Ser venido por un adversario ilocalizable provoca mayor angustia.
Otra pregunta que ronda la imaginación es: ¿qué tan mexicano es el virus? El secretario de salud dijo que no lo es mucho, pues tiene un componente euroasíatico. El tema no debería inquietarnos. ¿Es una ofensa para España que haya gripe “española”?
En la utopía negativa que imaginó Gorge Orwell, la población es vigilada por un ojo tiránico: Big Brother. Nuestra frívola época convirtió esa amenaza en un morboso espectáculo mediático. El mal no llego por lo que vemos a distancia, sino por lo que ocurre en visible cercanía. El cerdo nos ha integrado a su familia. Pig Brother nos abraza.
Hace unos meses mi padre donó su biblioteca a la Universidad de Michoacán. Poco antes de que pasaran por los libros, permitió que sus hijos nos quedáramos con algunos volúmenes. Escogí una primera edición de La peste de Albert Camus. Mi padre subrayo este pasaje en 1947: “Se puede decir que la invasión brutal de la enfermedad ha tenido como primer efecto el obligar a nuestros conciudadanos a actuar como si no tuvieran sentimientos individuales”.
¿Quiénes somos? Los del cubrebocas. Una prenda nos unifica y revela novedades: los ojos de Lorena son más hermosos. Y cuando el cubrebocas reposa en su cuello, recupéranos el milagro de ver un rostro. ¿Qué lección dejará la enfermedad? Entre otras, el renovado asombro de vernos cara a cara.
Cubrebocas
Juan Villoro
Reforma
viernes, 01 de mayo de 2009
Opinión p. 13
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