miércoles, 28 de octubre de 2009

Lo mejor de las festividades... recordando a quienes se han ido...

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La muerte que se convierte en una festividad...

¿vivencia colectiva o individual?

La muerte que se conjuga con el arte...

demasiado fuerte, demasiado intensa,

muerte irremediable....




tan natural como respirar, comer o soñar...

impensable y sin embargo tan cotidiana

como los pensamientos mismos





Estado, condición o fenómeno...

más que un profundo sueño,




Muerte política,

la política muerte,

obcena y compleja,



Muerte retadora...

De múltiples personalidades,

muerte festiva


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Y como cada año, mirando ofrendas... esta me pareció peculiar "una procesión de almas... curiosamente en relaciones exteriores"



El portal...







También las clásicas de CU, esta vez con Edgar Allan Poe...
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domingo, 25 de octubre de 2009

Recuerdos...

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Cuando yo nací uno de mis hermanos ya me llevaba un buen tramo de vida, por lo menos unos 14 años... era super fan de los rolling stones y Queen... por lo que satisfaction, play the game, somebody to Love... eran rolas tan cotidianas... recuerdo que me asustaba el tipo con esa enorme lengua... no acaba de entender nunca lo que decían, pese a que 15 años después las seguía escuchando en casa...

Mi hermano era uno de esos "chicos rebeldes"... recuerdo con que afán, casi como consignas, cantaba estas canciones, lo que las letras significaban para él...

Han pasado casi tres decadas de ello, si pues tengo 30, y en casa aun hay discos de acetato con portadas algo enmohecidas, él ha dejado de escuchar lo que solía considerar como un rezo... luego se volvio mormón... solo se quedo con el rezo y por supuesto queen esta casi que vetado en sus cantos...

Aun escucho estas canciones, en un tiempo olvidadas... sucede que es extraño esto de las generaciones, con que cosas creces, como van cambiando, que cosas permanecen que otras no, y co quien las vas compartiendo...

Freddie Mercury nació dos años antes que mi padre(de 65 años de edad) mi hermno le escuchaba hace unos 30 años, y ahora de 52 mi compañera de trabajo son sus favoritos...





y esta... que últimamente la traigo en la cabeza...

domingo, 11 de octubre de 2009

ULALUME...

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Una palaba extraña en unos atrayentes versos ...

CONTAR UN CUENTO

Es el país de Irás y No Volverás
donde los relojes marcan el invierno en punto
y sólo en tu memoria habría primavera
si tuvieras tiempo para recordar
Pero sólo hay tiempo para buscar a la reina blanca

Aquí se congela el corazón y no puede romperse
Aquí se congelan las fuentes del llanto
Aquí se congelan las palabras que designan cosas de colores
y sólo sobrevive la palabra de su nombre
Pero tú no sabes cómo se llama la reina blanca

Se sabe poco de la reina blanca:
que habita un silencio sin ventanas
que habita el castillo de Salsipuedes
que habita el lugar del frío

Se sabe poco de la reina:
que es completarnente blanca
que ni pensando todas las rosas juntas
se podría armar un arrebol en sus mejillas
y que ni con todas las alas de todos los pájaros
se podría emigrar de su invierno en punto

Se sabe poco de ella
Pero no necesitas más para buscarla
ni necesitas más para encontrarla
y avanzar alejándote de ella para siempre
y descubriendo que ya no dejas huellas sobre la nieve
y descubriendo cómo pierdes toda prueba de la vida.

Ulalume González de León



y entre uno y otro...



Los cielos estaban cenicientos y lúgubres.
Los follajes crispados y huraños.
Las hojas marchitas y secas.
Era una noche del solitario octubre,
Del más inmemorial de los años.

Fue cerca del oscuro lago de Áuber,
En la región brumosa de Weir,
Junto a la ciénaga brumosa de Áuber,
En el bosque embrujado de Weir.

A través de un paseo titánico de cipreses
Vagaba yo en soledad con mi alma;
De cipreses, con Psiquis, mi alma.
Mi corazón era entonces volcánico,
Como las escorias que ruedan en los ríos,
Como las lavas que ruedan intranquilas

En las sulfúreas corrientes del Yaanek,
En los últimos climas del polo
Que gimiendo mientras bajan rodando el monte Yaanek
En los reinos del polo boreal.

Nuestra charla había sido grave y moderada,
Pero nuestros pensamientos estaban paralizados y marchitos;
Nuestros recuerdos, inciertos y gastados,
Pues no sabíamos que el mes era octubre
Ni advertimos la noche del año
(¡Ah, noche entre todas las noches del año!)
No vimos el oscuro lago de Áuber
(Aunque ya habíamos bajado por allí).
No recordamos la húmeda ciénaga de Áuber
Ni el bosque embrujado de Áuber.

Y entonces, cuando la noche envejecía,
Cuando el cuadrante astral señala la mañana,
Al fin de nuestra senda,
Un lácteo fulgor nacido
Fuera del cual un milagroso creciente
Se alza con doble cuerno:
El creciente diamantino de Astarté
Claro y con su doble cuerno.
Y le dije: "Es más tibia que Diana:
Flota en un éter de suspiros,
Ríe en una región de suspiros:
Ella ha visto que las lágrimas no se secan,
Aquellas mejillas donde los gusanos nunca mueren,
Y ha pasado por las estrellas del León
Para señalarnos la senda de los cielos
De la paz leteana del Cielo;
Sube a pesar del León
Brillando sobre nosotros con su mirada confiada,
Sube sin temer el cubil del León,
¡Con amor en sus ojos radiantes!

Pero Psiquis, levantando su dedo dice:
"De esa estrella, oh mortal, desconfía:
De su extraña palidez yo desconfío.
¡Oh!, ¡apresúrate! ¡No meditemos!
¡Oh!, ¡vuela! ¡Ven!, huyamos; debemos hacerlo"
Aterrorizada habló, dejándome por el polvo.
Todavía ellos, apesadumbradamente, las arrastraban por el polvo.

Yo contesté: "Esto no es nada sino un sueño;
Sigamos su trémula luz;
Sigamos bañándonos en su cristalina luz;
En su sibilino esplendor está brillando
La Esperanza y la Belleza de esta noche.
¡Veo sus alas subir al firmamento a través de la noche!
Confiémonos en su resplandor
Y con seguridad nos llevará felizmente.
¡Confiémonos en un resplandor
Que no puede sino guiarnos con acierto
Cuando sube al Cielo en medio de la Noche!"

Así calmando a Psiquis, la besé,
Intenté alejar su melancolía
Y vencí sus escrúpulos y tristeza;
Pero estábamos parados a la puerta de una tumba;
Cerca de la puerta de una legendaria tumba.
Y yo dije: "¿Qué lees, dulce hermana,
En la puerta de esa legendaria tumba?"
Y ella dijo: "Ulalume, Ulalume.
¡Es la tumba de tu perdida Ulalume!"

Sentí mi corazón lúgubre y yerto
Como cuando las hojas se crispaban,
Como cuando las hojas estaban marchitas y secas.
Y yo grité: "¡Será seguramente octubre!"
Fue una noche idéntica, hace un año
Cuando viajé, cuando descendí hasta aquí..
Llevando una terrible carga.
¡Aquella noche, aquella noche del año!
¡Oh!, ¿qué demonio me trae hasta aquí?
Reconozco la ciénaga de Áuber
Y la región brumosa de Weir;
Bien conozco ahora que ésta es la ciénaga de Áuber
y aquél el embrujado bosque de Weir!

Ulalume,de Edgar Allan Poe

domingo, 4 de octubre de 2009

"Los de abajo..."

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Varías cosas estan sucediendo en el país, en estos días, lo último en Chiapas... y al rededor de todo como siempre la ausencia de derechos entre mezclado con rollos de represión...

hace poco una colombiana nos dijo, cuando nos compartía un poco de su vida... veo la historia de mi país y cada vez se le parece más a ella México...

la neta es que no me gustaria vivir en un país militarizado, que ya de por si lo esta siendo... ni tampoco que el narcotrafico este en la esfera de lo más cotidiano, como en Colombia, donde les decían o le entras o le entras... y no había más opción que eso para sobrevivir...

hoy en México la impunidad esta a la vuelta de la esquina... la gente recuerda episodios de represión... hoy, en el día a día parace que no hay muchos avances... pienso demasiado en la apatía del trabajo colectivo...

Al respecto van unas rolas y un fragmento de Mariano Azuela...


Esta ya la habia puesto, sin embargo es por un recuerdo...


y esta otra por que fui al festejo de aniversario donde se rifaron con la zandunga...
...



—Te digo que no es un animal… Oye cómo ladra el Palomo… Debe ser algún cristiano…

La mujer fijaba sus pupilas en la oscuridad de la sierra.

— ¿Y que fueran siendo federales? —repuso un hom­bre que, en cuclillas, yantaba en un rincón, una cazue­la en la diestra y tres tortillas en taco en la otra mano.

La mujer no le contestó; sus sentidos estaban puestos fuera de la casuca.

Se oyó un ruido de pesuñas en el pedregal cercano, y el Palomo ladró con más rabia.

— Sería bueno que por sí o por no te escondieras, Demetrio.

El hombre, sin alterarse, acabó de comer; se acercó un cántaro y, levantándolo a dos manos, bebió agua a borbotones. Luego se puso en pie.

— Tu rifle está debajo del petate —pronunció ella en voz muy baja.

El cuartito se alumbraba por una mecha de sebo. En un rincón descansaban un yugo, un arado, un otate y otros aperos de labranza. Del techo pendían cuerdas sosteniendo un viejo molde de adobes, que servía de cama, y sobre mantas y desteñidas hilachas dormía un niño. Demetrio ciñó la cartuchera a su cintura y levantó el fusil. Alto, robusto, de faz bermeja, sin pelo de barba, vestía camisa y calzón de manta, ancho sombrero de soyate y guaraches.

Salió paso a paso, desapareciendo en la oscuridad impenetrable de la noche.

El Palomo, enfurecido, había saltado la cerca del co­rral. De pronto se oyó un disparo, el perro lanzó un gemido sordo y no ladró más.

Unos hombres a caballo llegaron vociferando y maldiciendo. Dos se apearon y otro quedó cuidando las bestias.

—¡Mujeres…, algo de cenar!… Blanquillos, leche, fri­joles, lo que tengan, que venimos muertos de hambre.

— ¡Maldita sierra! ¡Sólo el diablo no se perdería!

— Se perdería, mi sargento, si viniera de borracho como tú…

Uno llevaba galones en los hombros, el otro cintas rojas en las mangas.

—¿En dónde estamos, vieja?… ¡Pero con unal… ¿Esta casa está sola?

—¿Y entonces, esa luz?… ¿Y ese chamaco?… ¡Vieja, queremos cenar, y que sea pronto! ¿Sales o te hacemos salir?

—¡Hombres malvados, me han matado mi perro!… ¿Qué les debía ni qué les comía mi pobrecito Palomo?

La mujer entró llevando a rastras el perro, muy blan­co y muy gordo, con los ojos claros ya y el cuerpo suelto.

— ¡Mira nomás qué chapetes, sargento!… Mi alma, no te enojes, yo te juro volverte tu casa un palomar; pero, ¡por Dios!…

No me mires airada…

No más enojos…

Mírame cariñosa, luz de mis ojos, acabó cantando el oficial con voz aguardentosa.

— Señora, ¿cómo se llama este ranchito? —pregun­tó el sargento.

—Limón —contestó hosca la mujer, ya soplando las brasas del fogón y arrimando leña.

— ¿Conque aquí es Limón?… ¡La tierra del famoso Demetrio Macías!… ¿Lo oye, mi teniente? Estamos en Limón.

— ¿En Limón?… Bueno, para mí… ¡plin!… Ya sa­bes, sargento, si he de irme al infierno, nunca mejor que ahora…, que voy en buen caballo. ¡Mira nomás qué cachetitos de morenal… ¡Un perón para morderlo!…

— Usted ha de conocer al bandido ese, señora… Yo estuve junto con él en la Penitenciaría de Escobedo.

— Sargento, tráeme una botella de tequila; he deci­dido pasar la noche en amable compañía con esta morenita… ¿El coronel?… ¿Qué me hablas tú del coronel a estas horas?… ¡Que vaya mucho a…! Y si se enoja, pa mí… ¡plin!… Anda, sargento, dile al cabo que desen­sille y eche de cenar. Yo aquí me quedo… Oye, chatita, deja a mi sargento que fría los blanquillos y caliente las gordas; tú ven acá conmigo. Mira, esta carterita apretada de billetes es sólo para ti. Es mi gusto. ¡Figúrate! Ando un poco borrachito por eso, y por eso también ha­blo un poco ronco… ¡Como que en Guadalajara dejé la mitad de la campanilla y por el camino vengo escupiendo la otra mitad!… ¿Y qué le hace…? Es mi gusto. Sargento, mi botella, mi botella de tequila. Chata, es­tás muy lejos; arrímate a echar un trago. ¿Cómo que no?… ¿Le tienes miedo a tu… marido… o lo que sea?… Si está metido en algún agujero dile que salga…, pa mí ¡plin!… Te aseguro que las ratas no me estorban.

Una silueta blanca llenó de pronto la boca oscura de la puerta.

—¡Demetrio Macías! —exclamó el sargento despa­vorido, dando unos pasos atrás.

El teniente se puso de pie y enmudeció, quedóse frío e inmóvil como una estatua.

— ¡Mátalos! —exclamó la mujer con la garganta seca.

— ¡Ah, dispense, amigo!… Yo no sabía… Pero yo respeto a los valientes de veras.

Demetrio se quedó mirándolos y una sonrisa inso­lente y despreciativa plegó sus líneas.

— Y no sólo los respeto, sino que también los quie­ro… Aquí tiene la mano de un amigo… Está bueno, Demetrio Macías, usted me desaira… Es porque no me conoce, es porque me ve en este perro y maldito oficio… ¡Qué quiere, amigo!… ¡Es uno pobre, tiene fa­milia numerosa que mantener! Sargento, vámonos; yo respeto siempre la casa de un valiente, de un hombre de veras.

Luego que desaparecieron, la mujer abrazó estre­chamente a Demetrio.

— ¡Madre mía de jalea! ¡Qué susto! ¡Creí que a ti te habían tirado el balazo!

— Vete luego a la casa de mi padre —dijo Demetrio. Ella quiso detenerlo; suplicó, lloró; pero él, apartán­dola dulcemente, repuso sombrío:

—Me late que van a venir todos juntos.

— ¿Por qué no los mataste?

—¡Seguro que no les tocaba todavía!

Salieron juntos; ella con el niño en los brazos.

Ya a la puerta se apartaron en opuesta dirección. La luna poblaba de sombras vagas la montaña.

En cada risco y en cada chaparro, Demetrio seguía mirando la silueta dolorida de una mujer con su niño en los brazos.

Cuando después de muchas horas de ascenso volvió los ojos, en el fondo del cañón, cerca del río, se levantaban grandes llamaradas.

Su casa ardía…