De vez en cuando algunos atardeceres asaltan mis recuerdos, es tan extraña la memoria que no sabes cómo ni cuándo de golpe las sensaciones de antaño habitan el ser (olores, imágenes, sabores, un gesto, una caricia).
Recuerdo mi primer año viviendo en la costa, me sentía como sobreviviente de un naufragio así que lo primero fue aprender a "nadar"... es decir, a dormir, a comer, en resumidas cuentas a vivir del mar y del vaivén de sus olas... Los primeros meses solía esperar casi como un ritual a que cerrará el día, entonces con la paciencia de una fugitiva cogía un cigarrillo y junto con el sol que pintaba de rojo el horizonte y el estridente sonido de las aves al regresar a sus nidos, el fuego de fuera y de dentro se encendía y como brasero punzante el remover de las cenizas. Así pasaba las tardes esperando que las primeras estrellas de la noche aparecieran, era una manera de despojarme con cada respiro de la multitud de polizonas anécdotas que habían viajado conmigo.
Pero los rituales como el ser cambian, por fortuna... empecé a despertar con los primeros rayos del sol, entonces me alistaba y a trote rápido emprendía camino al mar entre paisajes cambiantes, gente del pueblo, turistas, vegetación y parajes solitarios... Ahora disfruto atravesar ese pueblo, ver como a cierta hora del día todo mundo inicia sus actividades y a saberme parte de ello.
Llegó así de vez en vez a mi playa favorita, un lugar rocoso donde dos corrientes se juntan y de una forma salvaje y extrañamente serena el agua toca mi piel... En esas visitas suelo permanecer gran parte del día leyendo, tumbada en la arena casi desnuda y el sol del amanecer aviva otro tipo de impulsos.
Hay nuevas anécdotas... entre ellas que algunas veces he sentido que necesito, no un certificado de existencia, sino uno de clausura... sí, algo así donde diga "queda clausurada ésta o aquella etapa de vida".. sin retrocesos ni segundas vueltas... Pero eso es todo un proceso y un día sin mas allí está... No sé si ha sido el agua, el fluir entre las olas (con todo y el miedo al movimiento, el no asirme a nada, o a todo...) o quizás el fluir de mi piel entre las sabánas, lo cierto es que de nueva cuenta me siento segura, a pesar incluso de las fugacidades.
Recuerdo mi primer año viviendo en la costa, me sentía como sobreviviente de un naufragio así que lo primero fue aprender a "nadar"... es decir, a dormir, a comer, en resumidas cuentas a vivir del mar y del vaivén de sus olas... Los primeros meses solía esperar casi como un ritual a que cerrará el día, entonces con la paciencia de una fugitiva cogía un cigarrillo y junto con el sol que pintaba de rojo el horizonte y el estridente sonido de las aves al regresar a sus nidos, el fuego de fuera y de dentro se encendía y como brasero punzante el remover de las cenizas. Así pasaba las tardes esperando que las primeras estrellas de la noche aparecieran, era una manera de despojarme con cada respiro de la multitud de polizonas anécdotas que habían viajado conmigo.
Pero los rituales como el ser cambian, por fortuna... empecé a despertar con los primeros rayos del sol, entonces me alistaba y a trote rápido emprendía camino al mar entre paisajes cambiantes, gente del pueblo, turistas, vegetación y parajes solitarios... Ahora disfruto atravesar ese pueblo, ver como a cierta hora del día todo mundo inicia sus actividades y a saberme parte de ello.
Llegó así de vez en vez a mi playa favorita, un lugar rocoso donde dos corrientes se juntan y de una forma salvaje y extrañamente serena el agua toca mi piel... En esas visitas suelo permanecer gran parte del día leyendo, tumbada en la arena casi desnuda y el sol del amanecer aviva otro tipo de impulsos.
Hay nuevas anécdotas... entre ellas que algunas veces he sentido que necesito, no un certificado de existencia, sino uno de clausura... sí, algo así donde diga "queda clausurada ésta o aquella etapa de vida".. sin retrocesos ni segundas vueltas... Pero eso es todo un proceso y un día sin mas allí está... No sé si ha sido el agua, el fluir entre las olas (con todo y el miedo al movimiento, el no asirme a nada, o a todo...) o quizás el fluir de mi piel entre las sabánas, lo cierto es que de nueva cuenta me siento segura, a pesar incluso de las fugacidades.
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